Cuando el viaje del empleado está sin definir, la cultura de la empresa es incompleta.
El primer día fue diferente a los demás. Alguien de RRHH le dio la bienvenida. Visionó un video de introducción a la empresa de 20 minutos que fue recortado a 12. Le respondieron a las pocas peguntas que se le ocurrieron sobre su nueva empresa. Después comenzó una excursión por todos los despachos del departamento. Finalmente la acompañaron a su mesa, donde un bonito kit de bienvenida la hizo sonreír. Su supervisor inmediato la puso al día mientras tomaban un café. En hora y media ya estaba encendiendo el que sería su ordenador durante los siguientes años. Diana se sentía feliz.
El primer año fue duro. La curva de aprendizaje fue inflexible, hasta el punto de hacerle plantearse su valía. Pero su capacidad de reflexión y resiliencia la hicieron evolucionar mucho durante el segundo año.
En el tercer año llegó a recibir varios reconocimientos que la llevaron a ascender y liderar varios equipos y proyectos muy relevantes. Aquel año aprendió a diferenciar con facilidad la paja del grano. Adquirió el olfato necesario para evitar meterse en problemas.
El cuarto y quinto año fueron incluso mejores. Los resultados eran muy buenos y desarrollaba su trabajo con tanta solvencia que le sobraba tiempo para disfrutar de las relaciones mientras ayudaba a otros compañeros a desarrollarse.
Hasta que una tarde cualquiera recibió una llamada. Era un director de otra compañía. Tomaron un café para conocerse. Entonces le hizo una oferta. Diana valoró los puntos a favor y en contra, para acabar descubriendo que, salvo sus compañeros, no había nada que la retuviera. Sintió el cosquilleo de una nueva aventura. De sentir la emoción de no saber, pero sentirse capaz de conseguirlo. La atracción de lo desconocido, de poner a prueba su valía y conseguirlo. De nuevo, se sentía feliz.
Los cinco años se esfumaron. En su anterior empresa no tienen tiempo que perder, así que nadie trata de entender por qué Diana se marchó de la empresa.
En su nueva empresa trabaja durante dos años. Muchos días se llegó a cuestionar su carrera profesional e incluso se planteó un cambio drástico en su vida. Acabó dejando también esta empresa para irse a su casa.
¿Conoces alguna experiencia parecida?
Todo profesional merece invertir la mayoría de su vida profesional trabajando en una cultura que le inspire a ser mejor y a dar más. Y sobre todo que no tenga que replantearse su carrera profesional. Aquella para la que se formó durante años.
Del mismo modo, ninguna persona que funde una empresa merece sentir la frustración de no saber construir la cultura adecuada. De construir el escenario que nadie quiera abandonar. Pero ser empresario, a pesar de ser algo heroico en este país, no te da el poder de saberlo todo ni ser perfecto.
Las empresas nacen con el ímpetu que les da una buena idea de negocio con el que tener éxito. Con el tiempo se consolidan, pero para crecer necesitarán personas comprometidas. Personas que no abandonen el barco.
¿Qué tipo es tu organización?
Hay 2 tipos de organizaciones. Las que se centran exclusivamente en sus objetivos y las que son capaces de alinear a sus profesionales con los objetivos de la empresa. Sólo una de las dos, realmente triunfa.
Las primeras creen que tener un procedimiento de bienvenida para sus nuevos empleados, proporcionar formación, instalar un futbolín y tener un par de cenas al año es haber hecho todo para crear una cultura empresarial atractiva.
Pero copiar unas cuantas ideas estéticas no les impide dejar de ser culturas sin almas. Las mismas que experimentó Diana.
Cuando alguien no sabe a dónde va, no llegará ningún sitio
Durante algún tiempo no trabajó.
Lo pasó mal porque se debatía entre dos extremos. El sentimiento de culpabilidad por no encajar, o su mala suerte por no haber encontrado la empresa adecuada.
A Diana le resultó duro darse cuenta de que en realidad nunca había encontrado su verdadero sitio.
Le alivió comprender que el problema no era ella, sino las culturas de las empresas en las que había trabajado.
Por sus experiencias, juró que no volvería a ser una empleada zombi en una empresa con una cultura sin alma. Era una profesional que no se conformaba.
Y ese distanciamiento temporal le hizo darse cuenta de algo que le cambiaría la vida.
3 claves a tener en toda empresa
Identificó las 3 claves, que a partir de entonces, buscaría en toda empresa. 3 claves que son como la tierra, el agua y el sol que toda semilla necesita para germinar.
3 elementos básicos para crear una cultura empresarial en la que todo el mundo desee trabajar y comprometerse con los objetivos de la empresa. Descubrió las 3 elementos fundamentales que todo profesional necesita para comprometerse con la empresa en el viaje de su vida:
1.- Un líder en quien confiar. Un responsable honesto y auténtico que está para ayudar. Alguien que te conozca y a quien conoces. Debe tener a una buena persona a la que reportar. Alguien que le dé al profesional la confianza que necesita y le ayude a extraer de ellos mismos todo su potencial.
2.- Un futuro personal motivante. Los profesionales necesitamos andar por un camino que nos lleve al desarrollo, el logro y la plenitud profesional. Un lugar donde el reto y el apoyo sean constantes. Un futuro en el que poder optar a nuevos puestos y mayores proyectos, y espacio para el Impacto Personal.
3.- Una empresa de futuro. Las profesionales queremos trabajar en empresas que sepan hacia dónde se dirigen. También deberán ser empresas con cierto impacto social. Empresas, en definitiva, de las que hablar y sentirnos orgullosos.
Y cómo TODO cambió
Finalmente, Diana encontró lo que buscaba.
Curiosamente, una empresa que hacía 16 meses había iniciado un cambio completo en su cultura empresarial.
Le sorprendió que hubieran dedicado tantos meses, pero según le comentaron, 16 meses no eran nada cuando te juegas seguir toda la vida igual.
Le contaron que el proceso de cambio acabó siendo un éxito porque afectó a la totalidad de la empresa. Anteriormente ya lo habían intentado haciendo cambios en algunos departamentos con diversos cursos y formaciones, pero no llegaron a ningún lugar.
Y entonces lo comprendió. Sintió que su círculo al fin se cerraba y sentía lo que siempre quiso sentir. Nunca abandonaría esta empresa. Y si sus resultados siempre habían sido buenos allá por donde fue, no fueron nada con los que recompensó a su nueva empresa durante muchos años.
Diana se sentía viva.
Todo pasó por construir el escenario que nadie quisiera abandonar y en el que todos desearan trabajar.
De ese modo, los profesionales dejaron de –“trabajar a cambio de un sueldo”– para –“comprometerse con los objetivos de la empresa”–
Por eso, cuando el viaje del empleado se define, se desarrollan culturas de compromiso, y eso determina un nuevo futuro para la empresa.
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